Retomando la crítica releo Cine al día. Esta publicación venezolana fue la pionera sobre la discusión cinematográfica en el país. Con una línea editorial coherente, muy acorde a su época, la revista contó con colaboradores de la talla de Ambretta Marrosu, Juan Nuño, Ugo Ulive. Oswaldo Capriles y Alfredo Roffé entre otros. De este ultimo especialmente admiro la reseña que hizo, para el momento de su estreno, de la película 2001: una odisea del espacio.
En ese concienzudo análisis al uso de la forma y a las repercusiones ideológicas implícitas en ese filme, destaca para mí la frase lapidaria con la que cierra el artículo: “Kubrick ha creado la que probablemente sea la obra más importante en lo que va de siglo de lo que llamamos la reacción”.
Hasta cierto punto, mi profesor Roffé resultó profético. En esa compleja estructura, en ese ambicioso discurso sobre el lugar del hombre en el universo, es probable que se encuentre la obra maestra del cine proveniente de la industria Hollywoodense. Y en relación a su contexto, la película marcó el final de la utopía contracultural de los sesenta. Es precisamente este pesimismo latente el que recordaba al ver el más reciente filme de Terrence Malick.
Son muchos los puntos en común entre The Tree of Life y 2001… Pero me detengo específicamente en el elemento de lo espiritual. Este aspecto de la espiritualidad me hizo recordar la sentencia de Roffé a la película de Kubrick. El duro calificativo de reaccionario se encuentra vinculado a la noción determinista que comparten los dos filmes: para el hombre es imposible controlar su destino.
El famoso tótem de 2001 que representa a la entidad espiritual opresiva, no tiene forma física en The Tree of Life. Para abordar lo espiritual Malick engloba dos conceptos: Gracia y Naturaleza. La Gracia es el orden, la armonía, la belleza clásica. Puede ser una madre comprensiva o un niño con sensibilidad artística. También lo son los principios compositivos del filme, el manejo de la forma. La manera en que Malick convierte en sublime a momentos de la cotidianidad. Los movimientos de cámara que acompañan los primeros pasos de un bebé, la imponente banda sonora y la preciosista fotografía empleada para capturar a un grupo de niños jugando, por ejemplo.
La Gracia puede entenderse como la estrategia con la que cuenta el hombre para controlar el caos que le rodea. La Naturaleza es este caos, la violencia. La concepción paternalista de la sociedad que Malick, ubicando el filme en un suburbio de Estados Unidos durante la década del cincuenta, extiende hasta la raíz de lo que es lo norteamericano.
La Naturaleza se impone. El caos antecede el orden tal y como lo establece la extensa secuencia de la creación del mundo. Una creación que es retratada como una sucesión de destrucciones y que alcanza su clímax cuando una especie animal se impone violenta y cruelmente sobre otra.
Aunque el hombre trate de establecer su lógica, su Gracia, la Naturaleza prevalecerá. Esta conclusión acerca del determinismo no es reaccionaria, sí es pesimista. Desde la perspectiva capitalista se retrata el éxito, se examina a la educación en el seno familiar, la transmisión de valores, como rotundos fracaso, como caminos sin salida. Esta forma de entender la espiritualidad no es New Age, es del Antiguo Testamento. Lo que está más acorde con nuestros tiempos es presentarla como una tragedia con la que debemos convivir. La opción liberadora aparece al final del filme y es amarga.
La belleza formal del filme no hace más que acentuar en el espectador esa vieja idea acerca de la violenta batalla de microorganismos que descubre el microscopio en una hermosa flor. Necesariamente Malick se aleja de la narrativa convencional. Confronta la linealidad con la curva, con el círculo. Tanto en la manera en la que articula su “historia”, en niveles temporales que abarcan al presente, al pasado reciente y el inicio del tiempo, como en la constante presencia del círculo como motivo visual, de la imagen curveada producto del frecuente uso del gran angular.
Más de un mes después de haber visto la película el impacto que causó permanece en mi memoria. Así como recordé la frase con que el profesor Roffé cerró la crítica que hizo a la obra maestra de Kubrick, también vino a mi mente otra que escuché en el más reciente disco de PJ Harvey. “Cruel nature has won again…”